A sus treinta y dos años, tenía la piel cetrina y unas arrugas muy marcadas entre la nariz y las comisuras de los labios. La barbilla empezaba a retraerse y los ojos tenían el color negro y glutinoso de la melaza. Al margen de su expresión y de que no pronunciaba del todo bien las palabras, su aspecto era pulcro y adinerado. El pelo castaño, rizado y poco abundante, con flequillo sobre