John Fante

Era el típico día que torturaba a un escritor, tan hermoso que tenía la certeza de que le despojaría de ambición y sofocaría cualquier idea nacida de su cerebro.

Escribir guiones era más fácil y daba más dinero, ya que aquella subliteratura unidimensional sólo exigía del escritor que tuviera a los personajes en movimiento. La fórmula era siempre la misma: pelear y copular. Al terminar se lo dabas a otros, que lo hacían trizas para hacer una película con los restos

Todo, todo se había perdido. Aquellos no eran mis hijos. Sólo eran cuatro espermatozoides varados en alguna oscura trompa de Falopio.

Sus libros eran una mezcla de sutileza, artesanía y formalismo, y era esto lo que se leía, se enseñaba en las escuelas, se digería y se transmitía

Di con un par de alemanes resentidos que me estimularon una temporada, hasta que los olvidé

Lo que yo buscaba no se encontraba al parecer en ninguna parte

En concreto, me gustaron y memoricé los detalles de las operaciones del mesocolon.

Vi muchísimos compañeros de vagabundeo allí, y casi todos dormidos sobre el libro abierto

Las líneas se encadenaban con soltura a lo largo de las páginas, allí había fluidez.

El humor y el sufrimiento se entremezclaban con sencillez soberbia