D.H.Lawrence

Ninguna de ellas se había enamorado nunca de un joven a no ser que ella y él estuvieran verbalmente muy cercanos: es decir, a no ser que estuvieran profundamente interesados, que se HABLARAN. Qué asombrosa, qué profunda, qué increíble era la emoción de hablar apasionadamente con algún joven inteligente hora tras hora, continuar día tras día durante meses... ¡No se habían dado cuenta de ello hasta que sucedió! La promesa del Paraíso

n demasiado para ella esta mañana –comentó él, con calma, a nadie en particular.

–No –se metió Mollie–, golpeó a un niño en la nariz y lo hizo sangrar.

–Pequeño desgraciado –dijo Emily, tragando con dificultad–. Y me alegra haberlo hecho, algunos de estos n

Pero me lo habías prometido.

–Ya sabes cómo son mis promesas. Soy tan irresponsable como un soplo de viento

Te lo aseguro, cada generación cría una generación más conejil, con horchata en las venas y piernas y caras de hojalata. ¡Gente de hojalata!

En el impulso sexual efectivo, dentro del cuerpo, las hermanas estuvieron a punto de sucumbir al extraño poder del macho.

¡Pero así son los hombres! Ingratos y constantemente insatisfechos.

Vivían libremente entre los estudiantes, discutían con los hombres sobre temas filosóficos. sociológicos y artísticos; eran como los hombres mismos: sólo que mejor, porque eran mujeres.

no hay un camino suave hacia el futuro, pero le buscamos las vueltas o nos abrimos paso entre los obstáculos. Hay que seguir viviendo a pesar de todos los firmamentos que se hayan desplomado.

La guerra le había derrumbado el techo sobre la cabeza. Y ella se había dado cuenta de que hay que vivir y aprender.

Hablar era la categoría suprema: el apasionado intercambio de conversación. El amor era un acompañamiento menor.