Ya de niño me había dado cuenta con una claridad sorprendente de que era muchas personas a la vez; que la persona que yo era con mi madre era distinta de la que yo era cuando estaba con mi padre, que era una persona distinta a la que yo era con mis amigos e incluso, con mis amigos, era varias personas diferentes. Pequeños matices significativos que me proporcionaban una especie de seguridad. Nadie podía describir mi vida en su totalidad y yo consideraba eso como una prueba de libertad. Al mismo tiempo, existían profundas grietas entre las diferentes partes, y, a veces, la idea de que alguien lo descubriera y pudiera hurgar en los puntos débiles, palpar las contradicciones y tirar por tierra el edificio, me causaba mucha ansiedad.