Quizá podamos ahora empezar a entender por qué la vida, cuando se la considera como un mundo de opuestos separados, es hasta tal punto frustrante, y por qué el progreso ha llegado a convertirse en la actualidad, no en un crecimiento, sino en un cáncer. Al intentar separar los opuestos para aferrarnos a aquéllos que consideramos positivos, tal como el placer sin dolor, la vida sin la muerte, el bien sin el mal, en realidad nos empeñamos en atrapar fantasmas sin realidad alguna. Lo mismo daría que quisiéramos concretar un mundo de crestas sin senos, de compradores sin vendedores, de izquierdas sin derechas, de dentros sin fueras. Ya señaló Wittgenstein que, como nuestros objetivos no son elevados, sino ilusorios, nuestros problemas no son difíciles sino absurdos.