La introversión —junto con la sensibilidad, la seriedad y la timidez, primos hermanos suyos— ha pasado a ser un rasgo de personalidad de segunda que situamos en algún punto intermedio entre lo decepcionante y lo patológico. Los introvertidos que viven bajo el ideal extrovertido son como mujeres en un mundo de hombres: se ven menospreciados por un rasgo que habita en la médula misma de lo que son.