Hasta anoche, todavía pensaba que igual era cosa mía, que tal vez estaba leyendo mal las señales. –Dana negó con la cabeza–. Entonces, ¿te quedas o te vas?
–Me quedo.
–¿Estás segura? –Asintió, y yo seguí diciendo–: No hablemos de esto durante un tiempo, ¿vale?
Volvió a asentir. Nos miramos. Eran las dos y media.
Las dos mayores llegarían a casa en cuarenta y cinco minutos.
Tal vez debería decir que recibí a mi esposa con una gran tristeza, con más tristeza de la que había sentido jamás en mi vida. Tengo la impresión de que el matrimonio es un pequeño contenedor en el que apenas caben unos pocos hijos. Dos vidas interiores, dos seres reflexivos, de la complejidad que sea, que brotan de él, una y otra vez, rompiéndolo, deformándolo. O quizá no sea una cosa en concreto, tal vez no sea nada, tal vez ni siquiera exista. No lo sé, pero no puedo evitar pensar en ello