Creer que cualquier persona es inocente hasta que se demuestre que es un ladrón es la máxima más digna a la que puede aferrarse un ser humano; pero nosotros, los detectives, por el contrario, no nos ganaríamos la sal del pan, y menos aún el pan, si adoptásemos dicha creencia. Tenemos que considerar a cualquiera un delincuente hasta que, tras darles la vuelta a todas las pruebas, descubrimos que se trata de una persona honesta.