Pero hay algo seguro: ya nunca dejará de escribir, entregándose a todos los géneros, pasando velozmente de uno a otro. Poesía, teatro, tratados, filosofía moral, historia: todo viene bien para ejercer ese arte de la palabra justa que, según él, exige la maldad de los tiempos. Porque cuando no existe más que una relación incierta entre las palabras y las cosas, cuando un poder injusto obra para volver inoperante el lenguaje político, entonces la exigencia literaria se torna imperiosa.