—¿Y con qué lo escribimos? —pregunta Addy—. Aquí no hay ordenadores.
La mayoría de las clases tienen Chromebooks, pero el profesor Avery, que tiene pinta de que debería haberse jubilado hace diez años, se resiste a que entren en su aula.
El profesor Avery cruza el aula hasta el escritorio de Addy y le da un golpecito a la tapa de un cuaderno amarillo con páginas regladas. Todos tenemos uno.
—La invito a que explore la magia de la escritura manuscrita. Es un arte en vías de extinción.