Rosa Beltrán

Las mujeres, tal vez por dividir su tiempo en acti­vidades múltiples y dispersas, por no concentrarse en un poder jerárquico unívoco, por no poder desde ese poder lineal y público, han podido estar más cerca de todo lo que promueve la energía del movimiento de búsqueda, esa energía que es activada en las fronteras: entre lo privado y lo público, lo exterior y lo interior, lo alto y lo bajo, lo visible y lo invisible, lo afectivo y lo racional, lo legítimo y lo ilegítimo.

Las mujeres pasan parte importante de su tiempo conversando, convergiendo, convenciendo, negociando tiempos y espacio para el bien de sus familias y de los que las rodean. Son expertas operadoras de esas acciones que queremos recuperar en los jóvenes, las acciones Go, las que producen el movimiento y el cambio: una nueva forma de hacer política.

Las mujeres han sido grandes gestoras del movimiento, el cambio y la acción, como activistas, como madres que gritan a la sociedad y sus funcionarios por la aparición de sus hijos, de sus hijas, de las hijas e hijos de otros. Grupos de madres, abuelas, hermanas, tías, maestras han llenado las calles de clamor, de caminatas, de movimiento y fervor por el cambio que demanda la aparición. Han revolucionado el espacio pasando de la cocina, al antecomedor y a la antesala de cámaras de diputados. Han creado un tiempo en espiral, un tiempo oblicuo y paralelo (en contraposición al tiempo lineal) que permite la contigüidad de tareas de nutrición, cuidado, de economía dobles y triples y de acciones políticas.

Elena Garro que lucha por la reinterpretación de lo que no cabe en la nación, así hace visible las formas de inclusión de las mujeres en ella

Podemos optar por comprometernos con otros tiempos y en otros espacios. Prescindamos paso a paso –como si fuera un juego– de un tipo de tiempo que sólo nos dará lugar junto a un poder que difícilmente hará aparecer lo que estamos buscando y optemos por ser jóvenes, salir a la calle y clamar por lo que nos han desaparecido, como lo hacen las mujeres.

Leer es oír otras voces, es estar siempre en compañía. Es habitar un cuerpo que sea capaz de migrar de su condición inicial, siendo hombre y mujer, es resistir a la tentación de resolver esa discrepancia o cualquier otra. Es poder disentir; es poder decir no.

Leer es un acto travestista. Es un acto radical, también. Es ser Gregorio Samsa y luego de una noche de sueños intranquilos, vuelta cucaracha, no pensar más que en ir al trabajo. Y es también ser Bartleby y decir: “preferiría no hacerlo”.

Leer y escribir ha sido pensar críticamente en mi cuerpo y en el cuerpo de otros. Pensar que por encima de los cuerpos hay normas sociales que conllevan deseos que no se originan en nosotros pues quieren pensarnos a veces sólo y exclusivamente como mujeres y evitar pensarnos, en cambio, como diría Judith Butler, como cuerpos que importan.

Leer y escribir desde este cuerpo ha sido también pensar en cómo se ha construido nuestra identidad, es decir, en qué somos desde la percepción de otros. Las primeras formas de representación de las mujeres coinciden en visualizarla como una criatura temible.

Esa devolución de los besos fue un “devuélveme mi cuerpo, mi individualidad, mi historia única”. Porque tengo un cuerpo que piensa y decide por sí mismo. Un cuerpo que importa.