Editorial Alrevés

  • Maria paz Moyanohas quoted9 months ago
    Con esa pared choqué una y otra vez, porque no terminaba de entender que había un límite que no ponía yo, sino alguien más.
  • Evelin Ivana Andradehas quoted9 months ago
    nos ocurrió decir que, si muero, entrego mi cuerpo para que los demás lo usen, que será un honor para mí que, si mi corazón se detiene, mis brazos trabajen y mis piernas caminen y mis músculos actúen y formen parte del proyecto de vivir para poder decir que Roberto nunca se dio por vencido y murió luchando por sobrevivir
  • Dayana Jiménezhas quoted8 months ago
    el miedo es una fantasía, pasale por arriba y verás que se desvanece
  • Dayana Jiménezhas quoted8 months ago
    Aprendí armas nuevas: sanarse es la actitud de sobrevivir sin importar los golpes
  • Sol Ríoshas quoted9 months ago
    Aunque jamás podría imaginar lo que vendría después: una muerte encapsulada, en pequeñas dosis, gota a gota.
  • Kat Gomezhas quoted10 months ago
    Siempre me digo que mi gloria fue haber tenido semejantes amigos en la montaña, y muchos de los mejores son los que no volvieron, chicos que lucharon igual que nosotros o más, y entregaron su intuición, su instinto, su inteligencia, su valor.
  • mildredllanos57has quoted8 months ago
    Cada cual llevamos nuestros demonios dentro, aunque a la mayoría no nos guste hablar con ellos
  • Samara Mendozahas quoted2 years ago
    se había olvidado de sí mismo. No sabía si existía o no existía; no recordaba su propio nombre; desconocía si iba armado o no; no sabía de dónde venía ni adónde se dirigía. No reconocía nada ni a nadie, excepto la razón que provocaba sus olvidos.
  • Zhenya Chaikahas quoted2 years ago
    : la soledad inenarrable de toda muerte
  • Zhenya Chaikahas quoted2 years ago
    En el cuento, Cortázar reproduce además uno de sus apetitos que le acompañaría toda su vida: su cariño por las casas. No por las casas en su sentido arquitectónico de diseño sino (o también) como reductos vitales, experienciales. En cierta ocasión les comentó a Marcelle y Lucienne Duprat cómo le había dolido no poder visitar por última vez la casa de un amigo en Bolívar (una casa de la calle Rivadavia) de la que este se había mudado. Y es que el escritor, que había pasado buenos momentos en dicha casa, se sentía inclinado por conservar en el recuerdo la fisonomía de aquellas casas y habitaciones en las que había sido feliz y había vivido intensamente. Unas casas en las que en la evocación volvía a subir escaleras, tocar puertas y paredes, observar cuadros y muebles, respirar sus olores, redescubrir su luz. Eso es perceptible en el cuento. Hay un placer, una fruición lenta en la plasmación de esa casa que da a Rodríguez Peña en la que hay un comedor, una sala con gobelinos, una biblioteca, cinco dormitorios, un living, un baño y una cocina en la que el hermano prepara ritualmente los almuerzos mientras Irene se encarga de los platos fríos para la noche.
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