No podemos asimilar esta desesperación, pero debemos estudiarla. Porque la desesperanza del poeta no es meramente personal; su desesperación está en la palabra, y esto compromete nuestra esperanza. Cada vez que un poeta escribe un poema, plantea la pregunta, ¿pervive la verdad en las palabras? Y la respuesta tiene que ser afirmativa: se trata de la condición contrafactual de la cual depende la vida de un poeta. Hemos observado cómo esta condición determina la actitud de los griegos antiguos hacia los poetas y la poesía, estructurada a partir de la ceguera de Homero y la avaricia de Simónides, conformada en el sueño de Dánae, teñida del color de la muerte en el navío de Teseo, en rápida mutación bajo la forma de una mosca de alas largas, repentina como el desplome de un techo. Hemos visto a Simónides distanciado de sus semejantes debido a esta condición; lo hemos visto reconocer, resentir y negociar su extrañeza; hemos visto cómo la transforma en un método poético de economía luminosa y precisa.