Es como las anchoas. ¿Habéis limpiado las anchoas saladas alguna vez? Soy un gran amante de las anchoas, pero cuando las compras tienen demasiada sal y para quitársela hay que lavarlas en el grifo, después quitarles las espinas y meterlas en aceite: ¡están fabulosas! Pero hay un pequeño problema: no puedo darle la mano a nadie en veinticuatro horas porque no se me quita el olor en todo ese tiempo. Es un ejemplo tonto, pero refleja bien la idea de que el mal se te queda pegado.