Puede llamarme N. Soy un asesino, un natural born killer, ¿no?, como la película: de nacimiento. Eso sí, uno de verdad. Desde que nací he sido un niño prodigio: siempre me adelanto a las cosas. ¿Quién sabe? Uno siempre se quiere adelantar. Como una morrita con la que salía: íbamos al cine y siempre quería adivinar quién se iba a morir, quién iba a vivir, quién era el asesino. Digo, está bien, ¿no?, uno se pregunta lo mismo, es lo divertido de las historias: siempre quieres saber quién muere, quién vive, quién mata. Pero esta morra lo decía en voz alta y se reía de los detalles importantes. Cómo me cagan esos que van al cine a burlarse y decir las pendejadas que piensan en voz alta. Total. Me salí de la sala porque, lo peor, adivinó todo. En cuanto salieron los créditos y vino el obligado «Te lo dije», seguido de una risa de sabelotodo, la dejé. Me estropeó la película, pues. Pero ella no fue mi primera víctima, no, a ella no la maté.