Un ambiente de cansancio y abatimiento reinaba en las espaciadas asambleas del modesto partido de centro al que ambos pertenecían desde hacía décadas. Nada productivo saldría de aquellas asambleas. Los actos descontrolados estaban arrastrando a todo el país a un festín de opulenta arrogancia. La voz de la razón, la voz de la moderación, la voz del sentido común no se oía ni podía oírse en medio de todo aquel jolgorio. ¿Qué podían hacer varias decenas de personas cultas, entradas en años, partidarias de una política moderada y sobria, que ya habían visto las consecuencias del éxtasis político en todas sus versiones?