Sara Allegrini

Sobre el techo de su refugio, andaba un gato. No era un animal bonito: le faltaba un ojo, tenía una oreja hecha pedazos y el pelaje rojo y ralo. Era probablemente el gato más feo y pulgoso del universo.
–Minino… –lo llamó despacio, p

carrera en el bosque, la criatura peluda e invisible en el hoyo, los pájaros que querían comerle los ojos, el desmayo y el tipo que la trajo de vuelta en sus brazos. Cuando abrió

Tenía trece años y hacía de todo por parecer mayor. Marco era mi entrenador de gimnasia rítmica. Él tenía veinticinco. A mí me parecía increíble que un cabro grande y lindo c

Elías la odiaban, porque era rubia y hablaba como un estibador del puert

primero en venirle al encuentro fue un perro, un joven Border Collie literalmente loco de alegría. Magdalena no pudo conten

oreja hasta debajo del cuello, y luego se levantaba hasta llegar a su mejilla. Sin e

hecha.
–Soy Antonio –dijo el otro, tendiéndole la mano–. Era el mejor amigo de Miguel.
Tenía un apretón podero

viernes; no era un día como otro, sino el de su cumpleaños, de él y de Miguel, solo que Miguel no había llegado. Hubieran cumplido dieciocho años

llamaba Ricardo, era mayor que él por algunos años; estaba dentro desde hacía un año y medio, por una historia de tráfico,

–De nuevo –le pidieron cuando hubo terminado.
El segundo libro que le dio el fraile fue Los novios.