Gabriel Rubio

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    Cuando el alcohol llega al cerebro, actúa sobre diferentes centros nerviosos, y uno de ellos es el núcleo accumbens, que, como he contado, es el lugar donde se aprenden las conductas que han sido vivenciadas por el sujeto como positivas o reforzantes.
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    como positivas o reforzantes. Esto facilita, entonces, que la conducta de beber se repita. Sin embargo, esta repetición no implica que hayamos desarrollado la adicción al alcohol, sino que, simplemente, hemos aprendido que «beber tiene premio», pues en determinadas situaciones en las que hemos bebido nuestro núcleo accumbens nos ha avisado de que «si bebemos, habrá premio».
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    nuestro cerebro límbico, y ya hemos contado que el cerebro límbico está relacionado con nuestra capacidad de adaptación al ambiente.
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    Esta forma de trabajar de manera conjunta que tienen nuestros tres cerebros permite un importante ahorro energético y deja en manos del cerebro reptiliano y del límbico las tareas más automatizadas, que se corresponden con los hábitos.
    ¿Qué ocurre en nuestro cerebro cuando bebemos alcohol?

    Cuando el alcohol llega al cerebro, actúa sobre diferentes centros nerviosos, y uno de ellos es el núcleo accumbens, que, como he contado, es el lugar donde se aprenden las conductas que han sido vivenciadas por el sujeto como positivas o reforzantes. Esto facilita, entonces, que la conducta de beber se repita. Sin embargo, esta repetición no implica que hayamos desarrollado la adicción al alcohol, sino que, simplemente, hemos aprendido que «beber tiene premio», pues en determinadas situaciones en las que hemos bebido nuestro núcleo accumbens nos ha avisado de que «si bebemos, habrá premio».
    Durante meses, y quizás años, la persona se ha acostumbrado a beber con amigos, en celebraciones, en bares, restaurantes, cafeterías, terrazas y muchos otros lugares. En todas esas ocasiones el aprendizaje almacenado es que «beber tiene premio», y que la proximidad a esos lugares es la señal de que tendremos un nuevo premio. Si pensamos en los experimentos del fisiólogo ruso Iván Pávlov recordaremos que el investigador se dio cuenta de que el perro que utilizaba en sus experimentos segregaba jugos gástricos cuando le ponían la comida delante, es decir, que la simple visualización de la comida hacía que el cerebro del perro diese las ordenes al estómago para secretar jugos gástricos, como si ya estuviese comiendo ese alimento.
    Pávlov pensó que lo que hacía el cerebro era preparar al organismo, en este caso el estómago, para la llegada del alimento. Estas observaciones lo llevaron a diseñar el siguiente experimento: hacía sonar una campana antes de que pasara la persona que traía la comida y la pusiera delante del perro. Repitió esta experiencia durante varios días, y se quedó asombrado al comprobar que el perro segregaba jugos gástricos solo con escuchar la campana. Es decir, en el cerebro del perro se había producido un sólido aprendizaje: tras varias asociaciones con un estímulo (el sonido de una campana) que no tenía, inicialmente, nada que ver con la comida, era capaz de poner en marcha las órdenes pertinentes para que el estómago se preparara para cuando llegase la comida.
    A este tipo de estímulos los llamamos «estímulos condicionados», y es un aprendizaje muy sólido porque se almacena es nuestro cerebro límbico, y ya hemos contado que el cerebro límbico está relacionado con nuestra capacidad de adaptación al ambiente. Esta es la explicación de por qué a las personas que han desarrollado la adicción les cuesta tanto romper con la costumbre de acudir a los bares o a lugares donde habitualmente bebían.
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    Beber para aliviar emociones negativas: la línea roja que abre el camino de la adicción
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    Ahora bien, durante los meses en que aprendemos a beber, también experimentamos que, varias horas después de haber bebido con cierta intensidad, nos sentimos ligeramente indispuestos, con diferente grado de malestar general. Sin embargo, esas experiencias, lejos de hacernos aborrecer el premio que conlleva el consumo de alcohol, lo que hacen es aumentar, todavía más, el valor de ese premio; ¡así es nuestro cerebro límbico!
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    para nuestra supervivencia: una en la búsqueda de la vida (el núcleo accumbens) y la otra en advertirnos de los peligros (la amígdala). De ahí que, sin apenas darnos cuenta, el alcohol, para la persona con adicción, se convierte en un elemento asociado a la supervivencia.
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    ¡no lo soportaré! ¡Vámonos de aquí!» (paso 3). En segundos, Juan se encuentra
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    con dos mensajes contrapuestos de su cerebro límbico: por un lado, el ratón (el núcleo accumbens) le propone beber, por otro, el pollito (la amígdala) le reclama que haga algo pronto, porque, si la decisión es no beber, no soportará tanta ansiedad.
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    A la creencia de considerar que podrá controlar el consumo la llamamos «ilusión de control», y es un síntoma más que caracteriza a todas las adicciones.
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