Kierkegaard, en cambio, no traslada la escena a África, ni se abstiene de poner su vida en la obra; lo que hace, por el contrario, es precisamente llenar su obra pseudónima de «accidentes» de su propia vida. Pero lo hace en términos que evitan que lo encontrado en su obra sea la sustancia de su vida personal. Los elementos de su biografía ciertamente están presentes, de un modo masivo, en su obra. Pero lo decisivo es que están ahí «transfigurados». El santuario privado se mantiene a salvo mediante la transformación poética de los accidentes incluidos en la obra.