Silvia Moreno-Garcia

Era guapo, como una estatua. Aquel rostro, más que carne y hueso, podría haber sido una máscara mortuoria

Catalina era una criatura hecha de suspiros y expresiones delicadas como una tela de encaje.

Había aprendido lo que era la rebelión al tiempo que murmuraba el rosario.

Todos los hombres tenían miedo de las lágrimas, de encontrarse de pronto con la obligación de lidiar con una mujer histérica.

Hugo tenía el aire de un joven Pedro Infante, lo cual era su mayor atractivo. Noemí no había pensado mucho en el resto: personalidad, estatus social e inteligencia. Cuando deseaba algo, lo quería y ya, y aquellos días había deseado a Hugo, aunque ahora que gozaba de su atención era probable que lo dejara de lado.

Estaba agotada y su madre le servía constantemente un plato lleno de obviedades en vez de darle respuestas o actuar.

las estrellas seguían alineadas en su contra.

—Resulta extraño pensar eso de las estrellas, imaginarlas como si fueran damas de compañía —dijo

—Es fácil no tener miedo cuando se es inmortal —dijo Casiopea—. Pero cuando se es humano, no es lo mismo.

Había presionado todas sus fantasías como flores secas entre páginas de libros