Mona Eltahawy

Así es como se hacen con tu cuerpo, tan subrepticiamente que acabas por dudar si el abuso ha existido, si de verdad te has sentido asqueada, si, en realidad, unos dedos se deslizaron por debajo de tu asiento en el autobús o si te rozaron el culo cuando el hombre al que pertenecían apartó la vista.

Mi vía de escape era subrayar la idea de «elección». Si una mujer tenía derecho a llevar minifalda, entonces yo tenía derecho a elegir llevar velo. Mi elección era un síntoma de mi libertad de pensamiento. Así, decidir ponerme lo que quería era una forma de afirmarme en el feminismo. Yo era feminista, ¿no?
Pero pronto aprendería que elegir llevar hiyab es mucho más fácil que elegir quitártelo. Y esa lección fue un recordatorio importante de hasta qué punto la elección puede ser «libre».

Me pesaba menos si continuaba poniéndome la misma ropa modesta que solía llevar con el hiyab, salvo el pañuelo. Me avergonzaba tanto de habérmelo quitado que nunca les contaba a mis nuevas amistades que antes lo llevaba. No me maquillaba, continué con el pelo corto y tuve que vérmelas con una nueva conciencia de mi cuerpo. Llevar el hiyab durante nueve años me había permitido posponer la necesidad de definir qué significaba para mí la feminidad. El hiyab había sido mi manera de intentar esconderme de los hombres, pero al final solo había conseguido ocultarme mi cuerpo a mí misma.