ejemplo, yo creo que un bebé está mejor en casa que en la guardería. No necesito informes de psicólogos que especulan sobre los daños que podría provocar en la mente de un niño pequeño la separación temprana de sus figuras de apego. Sencillamente no acepto la idea de que las guarderías constituyan una herramienta básica para la liberación de la mujer, entre otras cosas porque creo que el mercado de trabajo es un mecanismo de desigualdad y alienación, no de emancipación. Las guarderías son hoy, en primerísimo lugar, aparcaderos de niños cuya necesidad ha sido impuesta por la economía y por una ideología centrada en la producción y el empleo remunerado. Como a nadie le apetece reconocerlo, ha surgido un potentísimo entramado ideológico que las presenta no solo como un instrumento imprescindible para la conciliación de la vida laboral y familiar, sino incluso como un aporte fundamental a la socialización y formación de los niños. Para ello se recurre a argumentos de apariencia científica que establecen la más que cuestionable importancia de la educación formal precoz. Padres y profesores bienintencionados han contribuido a su legitimación creando un léxico de prestigio en el que, entre otras cosas, el término «guardería» queda proscrito a favor de «escuelas infantiles»