Imaginemos que sostenemos una piedra. Sostenerla exige un esfuerzo que mantiene tensos los músculos de la mano. Para soltarla, relajamos los músculos y dejamos de agarrarla. Dejamos de sujetar y soltamos.
Lo mismo ocurre con la mente. En este caso, el aferramiento que tenemos que soltar es de naturaleza mental: nos aferramos a determinadas actitudes, creencias, expectativas o juicios. Tenemos que permitir que nuestra mente se relaje y que, literalmente, se «suelte».