Ella le hacía preguntas y él hablaba con su propia voz, una voz sarmentosa y leve y aprisionada por tiempos verbales e inflexiones, en sonsonetes conjugados, y comprendió que ella misma estaba describiendo lo que él le decía a una tercera persona que había en su mente, tal vez su amiga Mariella, una persona objetiva, fiable, capaz de aconsejar, conocida por su franqueza, incluso mientras escuchaba posesivamente todas sus palabras.