–Si quiero residir en mi propia mente, estoy en mi derecho. En mi derecho, ¿entiendes? –recalqué–. Estoy en mi derecho de ser poco sociable y estoy en mi derecho de ser desagradable. ¿Tú te has oído? Esto es una locura, esto es una locura, para ti todo es una locura. ¿Con qué rasero? Pues nada, estoy en mi derecho de estar loca, como tanto te gusta decir. No me avergüenzo. He sentido muchas cosas a lo largo de mi vida, pero la vergüenza no es una de ellas.