Agazapado en mi tebaida, trabajando con música, en la cálida proximidad de los miles de volúmenes que me rodean, me siento increíblemente privilegiado. Tal como un autor se enclaustra para escribir, del mismo modo sueña con ver sus libros dispersos por las estanterías, sobre la arena de una playa o en el asiento de un tren. No hay homenaje más hermoso para él que haber servido de pretexto para que dos amantes se reconcilien y se consuman de deseo. Una obra existe para ser leída, olvidada y transmitida según las leyes del azar. Creamos encarcelados, tan solo existimos en la dispersión.