«Hacía días que mamá había empezado a morir y yo estaba haciendo el amor», pienso mientras mi tía me lleva desde el aeropuerto a casa de mi abuela, para que salgamos todos juntos al tanatorio. Mi abuela, los tres hermanos de mi madre y yo. En el camino intento no preguntar si la muerte de mamá se precipitó después del suministro de paliativos la mañana anterior. Intento no caer en el error de buscar una explicación o algún culpable. La culpable tampoco he de ser yo, por haber pasado la noche sosteniendo un cuerpo vivaz, recién despierto al mundo, y no el de mi madre.