razón: trabaja y deja a un lado tu vida privada. La pasión, sí, a los veinte años, pero ¿con más de cuarenta? Tienes un hijo de veintiún años, una posición que te expone, una vida satisfactoria. Una vida plena. Estás casada con un hombre que te ofrece plena libertad y con quien concluiste tácitamente el mismo pacto que había ligado a Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir: los amores necesarios, los amores contingentes, el cónyuge, ese punto fijo, y las aventuras sexuales que alimentarían el conocimiento de ambos sobre el mundo –esta libertad, sin embargo, jamás la habías tenido hasta ahora, no por fidelidad, no, no tenías ningún aprecio por la rigurosidad moral, sino por una inclinación natural a la tranquilidad–