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Michelle Roche Rodríguez

  • Laura Segoviahas quotedlast year
    Una tarde, después de rezar el rosario, mi madre emergió de la penumbra gris de su cuarto enfundada en un vestido negro nuevo, como si fuéramos a recibir una visita. Era el momento de sentarnos en la ventana, me informó. La costumbre dictaba que, como a las muñecas en los comercios, a las mujeres en edad casadera las pusieran en exposición hasta que un hombre quisiera llevárselas o, según el eufemismo de la época, «pretenderlas». Hasta ese día yo nunca había «ventaneado», e ignoraba por qué alguien podría regocijarse de perder el tiempo en semejante ocupación –o, más bien, «desocupación»–. Una vez Sara me habló de eso como de un acontecimiento en la vida de una mujer, pero la práctica me parecía tan anticuada como ridícula. ¡Qué terrible sino el de las condenadas a mirar cómo pasa la vida de los demás, sentadas en actitud secundaria de humildes espectadoras!
  • Silvia Arenashas quoted12 hours ago
    usaba mi nombre con tanta frecuencia que estaba segura de que un día iba a gastarlo.
  • Silvia Arenashas quoted12 hours ago
    Hay algo de ópera bufa en tanta inquina: la crueldad estúpida y la brutalidad no son más que infelices maneras de conservar un puesto
  • Silvia Arenashas quoted12 hours ago
    . Y cada historia era peor que la anterior. Yo suspiraba cada vez que escuchaba el comienzo de una, ponía cara seria y esperaba el día en que me hubiera hecho insensible a fuerza de conocer barbaridades.
  • Silvia Arenashas quoted12 hours ago
    Quizá el deseo animal se originaba en mis órganos femeninos, pero estaba segura de que no era solo sexual. Había algo emotivo allí.
  • Silvia Arenashas quoted12 hours ago
    Solo tenía algo claro sobre cualquier otra cosa: este impulso era un secreto, debía mantenerlo oculto de papá, aunque me pesara, y, en especial, de mi madre. Si quería conservar el amor de mis padres y convertirme en una buena mujer, como ellos querían, debía controlar aquella sensación de gula bestial. Nada deseaba yo con tanto ahínco como sentirme parte de la familia. Esos apetitos mostraban la senda del pecado.
  • Silvia Arenashas quoted11 hours ago
    Tenía todas mis esperanzas puestas en fraguarme un futuro como maestra y me había costado mucho conseguir el permiso de papá para que continuara por esa senda mis estudios. En realidad, no me interesaba dar clases y ni siquiera me gustaban los niños, pero ese trabajo me permitiría encubrir mi avidez literaria. La gente sospechaba de las lectoras, mortificándolas con el fantasma del bovarismo. Mi madre, las monjas y las maestras que me criaron afirmaban que, como la heroína de Gustave Flaubert, la afición excesiva por los libros podía llevarme a la insatisfacción afectiva. Quizá tenían razón y la fuente de todos mis problemas era mi voracidad, incluso, de conocimiento.
  • Silvia Arenashas quoted11 hours ago
    Gustosa hubiera hecho un pacto con Satanás solo por no escuchar más nunca algún comentario sobre la nocividad de las lecturas en la mente de las mujeres. Nadie se atrevía a decirles tonterías semejantes a los hombres.
  • Mhas quoted2 months ago
    Corría el año 1921
  • Mhas quoted2 months ago
    los catorce años, fuera del pelo rojo cortado a lo garçon, nada en mi aspecto resultaba llamativo.
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