Maria Montessori pensaba que el niño –en general considerado “un hombre sin derechos”–,[5] al que se recibía con torpeza desde los primeros instantes de vida y al que se le imponían demasiadas restricciones, debía, por el contrario, ser atendido con precisión. Para ella, la infancia es “la parte más importante de la vida del adulto”,[6] período crucial en el que la persona debe ser plenamente respetada y apoyada con suma delicadeza para que puedan brotar su personalidad y sus cualidades, así como sus vocaciones íntimas.