Es lo más difícil que se le puede pedir a una persona. Y saber que es por el bien común no lo hace más sencillo. Antaño, la gente moría por causas naturales. La edad era una aflicción terminal, no un estado temporal. Existían asesinos invisibles llamados enfermedades que destrozaban el cuerpo. El envejecimiento era irreversible y se producían accidentes de los que no se podía regresar. Los aviones se desplomaban del cielo. Los coches se estrellaban, aunque parezca increíble. Había dolor, miseria y desesperación. A la mayoría de nosotros nos cuesta imaginar un mundo tan inseguro, con tantos peligros ocultos e inesperados al acecho en cada esquina. Todo eso ha quedado atrás y ahora sólo perdura una verdad muy simple: la gente tiene que morir.