Sin saber por qué, pensé que, si yo podía nombrar el olvido con la misma naturalidad con la que lo hacía él, íbamos a poder vincularnos. No se trataba de negarlo, ni de pensar que iba a desparecer, ni de creer que no dolía; pero si los dos sabíamos que la lucha estaba perdida, ¿no era lo más inteligente asumir la derrota y empezar a disfrutar de nuestro fracaso?