El amo suele verse obligado a vender a esta clase de esclavos, por respeto a los sentimientos de su esposa blanca; y por cruel que pueda parecer el hecho de que un hombre venda a sus propios hijos a traficantes de carne humana, es a menudo un sentimiento humanitario el que le obliga a hacerlo; porque si no lo hace, no sólo debe azotarlos él mismo, sino que ha de ver y soportar que un hijo blanco ate a su hermano, sólo un poco más oscuro que él, y aplique el látigo ensangrentado a su espalda desnuda; y si murmurase una palabra de desaprobación se atribuiría a su parcialidad paternal, y no haría más que empeorar las cosas, para él y para el esclavo al que quisiera proteger y defender.