Quotes
La contradicción es un elemento fundamental de la existencia humana.
viernes de agosto, Rahel Wunderlich recorre la Pulsnitzer Straße con paso rápido en dirección a Martin-Luther-Platz. Lleva todo el camino sintiéndose ligera, casi ingrávida, y adelanta a la mayoría de viandantes.
El papeleo de la consulta se ha quedado todo hecho, ha regado las plantas y dejado una nota con indicaciones para el servicio de limpieza. Ha pasado por su librería habitual para comprar un libro que le han recomendado y otro de Elizabeth Strout que llevaba mucho tiempo en su lista de deseos: una historia muy elogiada sobre una madre y una hija.
Peter debería haber llegado a casa de sobra dentro de una hora. Le ha mandado un mensaje a Rahel desde unas bodegas de Radebeul con varias fotos de distintos pinot, gris y blanc, preguntando si le parecía bien la selección. Ella le ha pedido también un Scheu y él le ha devuelto un parco «ok».
En el portal de casa, Rahel vacía el buzón y echa un vistazo al correo: publicidad de una nueva pizzería a domicilio, la factura del pintor que les ha renovado la cocina hace poco, una notificación oficial del Ayuntamiento: la multa por la foto del radar de hace unas semanas. Noventa euros de sanción más veinticinco de impuestos y un punto del carnet. Podría haber sido peor, después de todo, Rahel se saltó un semáforo en rojo.
Sube las escaleras hasta el segundo piso —es un edificio antiguo— y deja las cartas encima de la cómoda del pasillo. Mientras se quita los zapatos, suena el teléfono de su cuarto. Vacila un momento. Necesita ir al baño, pero tiene la sensación de que esa llamada es algo urgente, algo que no admite demora.
Mientras hablan, se tiene que sentar.
El señor del teléfono le informa con voz quebradiza que la casa de vacaciones que Rahel ha reservado meses atrás ha ardido en un incendio. Que el chalet en la montaña, propiedad de la familia desde hace casi un siglo, lo ha consumido para siempre el fuego.
Rahel no siente nada. Mientras el señor sigue hablando, la informa
El papeleo de la consulta se ha quedado todo hecho, ha regado las plantas y dejado una nota con indicaciones para el servicio de limpieza. Ha pasado por su librería habitual para comprar un libro que le han recomendado y otro de Elizabeth Strout que llevaba mucho tiempo en su lista de deseos: una historia muy elogiada sobre una madre y una hija.
Peter debería haber llegado a casa de sobra dentro de una hora. Le ha mandado un mensaje a Rahel desde unas bodegas de Radebeul con varias fotos de distintos pinot, gris y blanc, preguntando si le parecía bien la selección. Ella le ha pedido también un Scheu y él le ha devuelto un parco «ok».
En el portal de casa, Rahel vacía el buzón y echa un vistazo al correo: publicidad de una nueva pizzería a domicilio, la factura del pintor que les ha renovado la cocina hace poco, una notificación oficial del Ayuntamiento: la multa por la foto del radar de hace unas semanas. Noventa euros de sanción más veinticinco de impuestos y un punto del carnet. Podría haber sido peor, después de todo, Rahel se saltó un semáforo en rojo.
Sube las escaleras hasta el segundo piso —es un edificio antiguo— y deja las cartas encima de la cómoda del pasillo. Mientras se quita los zapatos, suena el teléfono de su cuarto. Vacila un momento. Necesita ir al baño, pero tiene la sensación de que esa llamada es algo urgente, algo que no admite demora.
Mientras hablan, se tiene que sentar.
El señor del teléfono le informa con voz quebradiza que la casa de vacaciones que Rahel ha reservado meses atrás ha ardido en un incendio. Que el chalet en la montaña, propiedad de la familia desde hace casi un siglo, lo ha consumido para siempre el fuego.
Rahel no siente nada. Mientras el señor sigue hablando, la informa
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