que yo no soy quien busca a Ignacio para estos asuntos, sino a la inversa: él quien me busca a mí. ¿Lo oyes? Él a mí. Ahora, que al hacerlo, la razón le sobra: ésa es otra cuestión. Muy grande imbécil sería si, desperdiciando sus oportunidades, se expusiera a quedarse en mitad de la calle el día que haya otra trifulca o que el Caudillo se deshaga de él por angas o por mangas. Pero, vuelvo a decírtelo: ¿para qué te sirve toda tu filosofía, la tuya y la de los libros que dicen que lees? ¿Te imaginas que se hace solo el dinero que éste gasta? Pues ¿de dónde crees que sale todo lo que Ignacio despilfarra con sus amigos, incluyéndonos a ti y a mí? ¿Supones que se lo regalan