Según observa Gibbon, los pueblos pastores son regularmente nómadas: marchan detrás de sus rebaños, a caballo, y no los atan al suelo ni la agricultura ni la actividad comercial. A la vez, en estado de movimiento continuo, están siempre preparados para la guerra, ya sea porque la busquen deliberadamente o porque suceda de manera no deliberada, al chocar a su paso con pueblos instalados. Pequeñas causas produjeron grandes efectos: los hunos empujaron a los godos, cuya huida aterrorizada se convirtió en invasión del Imperio; los mongoles, en cambio, detuvieron a los turcos y demoraron la caída de Bizancio por dos siglos. Otras veces, también de manera no deliberada, construyeron grandes entidades políticas. En todos los casos, la civilización cedió ante la horda bárbara.