He de reconocer que mi vida nunca fue un camino de rosas, sino más bien un sendero repleto de espinas. Todas ellas lacerantes. Nací y crecí en el seno de una familia de clase media. El taller de mi padre generaba por aquel entonces ganancias y todo nos iba a las mil maravillas, pero solo en apariencia. Mi madre fue una esposa y madre egoísta, por no llamarla literalmente un putón verbenero; se tiraba a todo aquel que quería sin tan siquiera importarle el qué dirán.