Odelia editora

cuando terminábamos de cenar, mientras los grandes hablaban de negocios, los más chicos nos íbamos hasta el farol de la esquina, que se llenaba de escarabajos. Alumbrados bajo ese cono de luz, con un palito, dábamos vuelta a los que caían al piso y los mirábamos patalear en el aire. Eso era todo, no necesitábamos nada más. No te preguntabas ni te cuestionabas nada. Eso era la felicidad. Solo que no lo sabías.

Ruego que los lentes oscuros disimulen mi estupor.

El matrimonio es memoria y el matrimonio es tiempo (…). (…) cuando lloramos a nuestros seres queridos también nos estamos llorando a nosotros mismos, para bien o para mal

Me llenaba de intolerancia que esa forma de entender la escritura obturase su preciosa capacidad de decir

Incluso si lo tenía enfrente, aun si veía lo que veía, algo que hoy puedo describir con todo detalle, yo tenía la capacidad sobrenatural de ver otra cosa, como si la vida real fuera lo que había sido y el presente solo una falsa y transitoria superposición. No era negación: yo sabía mejor que él que se moría y que sería pronto. La mía era una capacidad de abstracción como no tuve jamás en ninguna otra circunstancia, la posibilidad de reponer algo que ya no estaba de una manera tan simple que hoy me resulta misteriosa

Una tarde le conté contrariada el episodio que había tenido con un amigo que casi me trató de necia cuando muy amorosamente rechacé su receta alternativa (la número mil) contra la enfermedad. Salvador dijo: Cuando el cáncer se cure con ajo y perejil, a los pacientes van a darles ajo y perejil, y el ajo y el perejil van a pasar a costar miles de dólares, no se van a conseguir en ninguna parte salvo en las prepagas, y la gente en todo caso se va a morir al no poder pagarlos, pero no lo van a esconder, se van a encargar de que todo el mundo lo sepa: ¡el cáncer se cura con ajo y perejil! Y después se lo van a cobrar fortuna, miles de dólares, y la gente va a hipotecar la casa, y le van a dar ajo y perejil en cuenta gotas, van a mantener a la gente viva para que pueda seguir pagando

No era algo artificial, sino algo de lo más genuino que hice en mi vida: tratar de garantizar que el siguiente rato, la fracción del resto de lo que nos quedaba, estuviese lo más limpia posible de rencor

Un camino no hecho de migas de pan duro sino de caramelos o de chocolate, una trampa hipnótica para habitar entre nosotros por siempre.
Un plan, en suma, digno de él.

En estos días, a modo de consuelo, todos me dicen: pensá que ya no sufre más. No me consuela. El asunto no es para mí qué bueno que haya dejado de padecer, si no qué malo que hubiera empezado a padecer en algún momento

“Me echaron del cine a patadas en la mejor parte de la película”.
Lo de las patadas importa. No solo lo sacaron sin que llegara a saber cómo seguía semejante peliculón sino que fue con saña, sin un solo día de paz. Es una injusticia tan grande que vale la pena tomar nota: les pido por favor que presten atención a esto, no sea cosa que vayan a ir por la vida pensando que es justa, que las cosas tienen un sentido, que si sucede bla bla bla. Todo está armado con tan poco eje en la justicia que ni siquiera hay a dónde o con quién quejarse. No queda otro remedio que aceptar lo que llega casi diría con docilidad (aunque nadie mejor que ustedes sabe que, acá, menos docilidad, todo)