los emigrantes de Nueva Inglaterra llevaban consigo admirables elementos de orden y de moralidad, y marchaban hacia las tierras agrestes acompañados de sus mujeres y sus hijos. Pero lo que más los distinguía de todos los demás era la finalidad misma de su empresa. No era la necesidad lo que los obligaba a abandonar su país, donde dejaban una posición social envidiable y medios de vivir asegurados. Tampoco iban al Nuevo Mundo para mejorar su situación o acrecentar su riqueza, sino que se arrancaban de las dulzuras de la patria para cumplir con una necesidad puramente intelectual; al exponerse a los inevitables infortunios del exilio, querían hacer triunfar una idea.