Las distribuidoras de libros han sido siempre una herramienta para editoriales del exterior o editoriales universitarias locales que necesitan tener una cadena de librerías a las que vender, necesitan hacer conocer sus catálogos y sus novedades –es decir, tener acciones de prensa–, pero no tienen un volumen que les permita montar áreas comerciales y de comunicación de manera independiente. Sus libros están destinados a conjuntos de lectores más reducidos, como los estudiantes universitarios, y, además, dispersos en diferentes cátedras de todo el país, algo que solo es posible atender por medio de una distribuidora que reúna libros de muchas editoriales. Ese era el caso de Cúspide.