Porque sabía que algo te sucedía si tu madre no te abrazaba o te repetía a todas horas que eras lo mejor de su vida o ni siquiera se percataba de que estabas en casa: una pequeña parte de ti se cerraba. No la necesitabas. No necesitabas a nadie. Y, sin ser consciente de ello, esperabas. Esperabas que se te acercara cualquiera y viera algo que no le gustaba de ti, algo que no hubiera visto de entrada, y se apartara y desapareciera, igual que la bruma del mar. Porque algo malo tenía que haber si ni tu propia madre te quería.