dedos enredados en uno de mis rizos negros cuando contó confidencias. Su pulgar arrastrando mis lágrimas. Su mano caliente sobre mi barbilla al besarme con los ojos cerrados y las emociones expuestas. Sus exclamaciones al descubrir mi cuerpo. Su risa al escuchar mis tonterías sobre mi incapacidad social. Su pecho, cuya respiración se aceleraba cuando me apoyaba sobre él y después se iba acompasando. Su virilidad. La primera que había conocido y de la que no quería separarme, aunque debía hacerlo. Sé que pensáis que era una insensible, pero no es cierto. Dolía. Dolía mucho.