Entre la gente que trabajaba en la central de Chernóbil había mucho campesino. Por la mañana trabajaba en el reactor y por la tarde, en su huerta, o en la de los padres, en la aldea vecina, donde las patatas todavía se plantan con la pala, y el estiércol se esparce con la horca. Extraen la cosecha también a mano. Su mente existía en estos dos ámbitos, en estas dos eras: en la de piedra y en la atómica. En dos épocas. Y el hombre, como un péndulo, se movía constantemente de un extremo al otro.
Imagínese el ferrocarril, una vía férrea trazada por unos brillantes ingenieros; el tren marcha veloz, pero en el lugar del maquinista tenemos a un cochero del pasado. Este es el destino de Rusia: viajar entre dos culturas. Entre el átomo y la pala.