Os quejáis de mis desdenes
y el porqué yo no lo alcanzo,
pues las canas venerables
yo respeto, nunca agravio;
y en fe de verdad tan pura,
jamás consentí escucharos
las voces almibaradas
de «hermosa, mi bien, te amo»,
por evitar que el ridículo
os hiriera de rechazo,
al responderos el mundo
con su risa y con su escarnio.