El autor, defendiendo la destrucción de plantas benéficas, decía que era «sencillamente porque están en mala compañía». Los que se quejan por la supresión de flores silvestres a lo largo de los caminos, le recordaban
—decía
— a los antiviviseccionistas «a los que, a juzgar por sus actos, la vida de un can vagabundo les parece más sagrada que la de los niños».
Al autor de esos papeles le pareceremos muchos de nosotros indiscutiblemente sospechosos, convictos de alguna profunda perversión del carácter, porque preferimos el espectáculo de los tréboles y las áfacas y los lirios de los bosques en toda su delicada e impresionante belleza al de los caminos requemados como por el fuego, la vegetación negruzca y quebradiza, el helecho, que antes elevó su orgulloso tallo, ahora agostado y caído.