¿Tendré tiempo de morir? Cuando se escribe un poema por día, durante 2 956 días, no es fácil dejarse tocar. Una acaba, repleta de ignorar a qué atenerse, por defender la ineptitud, la vocación –atroz– de pasar la vida en celdas. Así, cada poema oculta un cuerpo y cada cuerpo, un dolor –sin alicientes o paliativos– y así sucesivamente, y en la boca y en la garganta. Poco más ocurre. Tan sólo un ave de proa, sonando hacia adentro, avanzando como un trompo hacia el final, no importa cuál.