La variación, sincrónica y diacrónica, y la diferenciación dialectal, consustanciales al funcionamiento de toda lengua, se hacen, en efecto, más acusadas cuando se trata de la lengua común a 19 países hispanoamericanos, que abarca una extensión territorial de algo más de 12 millones de kilómetros cuadrados —extensión que no incluye, claro está, ninguno de los actuales países americanos no hispanohablantes—, que cubre una longitud en línea recta de poco más de 11 700 kilómetros —desde el río Bravo, en la frontera de México y Estados Unidos, hasta la Tierra del Fuego, en Argentina—, en la cual una intrincadísima geografía montañosa constituye la frontera natural de muchos de esos países, y que supera los quinientos años de profundidad histórica. Tal es el caso de la lengua española en América. De hecho, tal extensión territorial americana convierte el español en la única lengua del mundo cuyos hablantes nativos pueden moverse caminando de manera ininterrumpida y comunicarse en una misma lengua, un mismo patrimonio esencial, por tanto, en la mayor vastedad geográfica del planeta