Vio cómo se ensanchaban sus ojos cuando comprendió lo que Harte iba a hacer.
–Harte, ni se te ocurra…
Pero él ya la estaba dejando caer en el cesto con rueditas.
–Cúbrete –Estrella luchó para acomodarse entre las pilas de tela escurridiza.
–Pero…
–No tenemos tiempo para discutir –dijo Harte, tomando un mantel de otro de los cestos. Quienquiera que fueran las mujeres en el salón de baile, les habían conseguido a Harte y a Estrella un poco de tiempo con su distracción. O al menos, eso esperaba Harte–. Confié en ti en el elevador. Ahora es tu turno.
–Harte…
–Baja la cabeza y quédate allí –ladró y luego apiló otra tanda de manteles sobre ella antes de que pudiera seguir discutiendo.
Harte se ató uno de los manteles blancos alrededor de su cintura, imitando a los delantales que había visto utilizar a los camareros poco antes. No llevaba puesta una de las chaquetas blancas que vestían los trabajadores del hotel, pero esperaba que lo que había dicho Estrella fuera correcto: nadie se fija en los criados.
–¿Lista? –le preguntó al cesto y recibió una catarata de insultos amortiguados como respuesta. Decidió que eso era igual de bu