A los veintipocos años, «deseos de solterona» era la expresión en clave que usaba en secreto para referirme a los placeres novedosos de estar sola. A medida que me hacía mayor y sentía con mayor peso sobre mí la expectativa social del matrimonio, las palabras pasaron a ser más bien un SOS, una forma de imaginar con todo detalle cómo sería eso de sentar cabeza. La palabra deseo es fundamental. Un deseo es un anhelo, no un plan de acción. Precisamente, tal vez, por encontrar tanto sentido y satisfacción en mis relaciones es por lo que recurría a aquella fantasía de escapista no porque no quisiera aquellas relaciones, sino porque también quería encontrar otras vías de sentido e identidad.