No podía dejar de pensar de manera obsesiva en lo que había hecho. Había destrozado una relación perfecta sin ningún motivo de peso. Estaba convirtiendo mi vida, de forma consciente, en algo más difícil de lo que debería ser. Echaba de menos desesperadamente a R., quería llamarlo todo el tiempo y durante un tiempo lo hice, hasta que por fin me obligué a entender que buscar consuelo en la persona a la que había hecho daño era egoísta y cruel.